Sunday, March 13, 2011

“Hello, Hello (¡Hola!) I’m at a place called vertigo (¿Dónde esta?)” –U2

PRÓLOGO
por: Isayma Morales (mi madre)
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He escuchado en más de una ocasión que uno le pasa los miedos a sus hijos… ¿Conducta aprendida o genes?

Mariana tenia poco menos de 2 años, estábamos en Plaza Las Américas entramos a Novus a ver zapatos y saqué a Mariana del coche, se fue de la mano de su padre mientras yo veía calzados.  Al rato el ruido de la fuente de Plaza captó mi atención y creí que era buena idea mostrársela a la nena. “Lleva a la nena a ver el chorro de agua.” “¡Mira Mariana que chorro tan grande de agua!” decía con entusiasmo su papá. Me quedé frente a la tienda mientras su padre, de la mano, la llevaba hacia la baranda de acrílico donde a través del mismo ella gozaba del espectáculo.  Mariana siguió caminando mientras miraba el tope de aquel golpe de agua tan ruidoso.  Le soltó las manos a su padre y las recostó sobre la baranda mientras seguía con la vista la cima, de pronto el agua fue bajando, bajando y bajando hasta que muy abajo en la base de la fuente se desapareció y yo aplaudí.  

Su papá y yo aplaudíamos celebrándole el acto, fue aquí cuando sucedió. Mariana retiró sus manos de la baranda tembló como el que no sabe que hacer con sus manos, entonces las puso en el piso y caminó como araña hacia la pared contraria. Se paró y quedó petrificada con sus ojos bien abiertos, jadeando.  Yo avancé  hacia ella y cuando la toqué me rechazó haciendo fuerza contra la pared. Su padre me dijo que parecía que algo la había asustado y yo dije, “¡Ay no! Pobrecita… ¡yo se lo que siente!” Ahí supe que no lo había aprendido de mi, nació con eso. Ese miedo a estar suspendido en el aire, es más que un miedo a las alturas, es la conexión entre el tuétano de nuestros huesos y ese espacio imprudente que nos saca la lengua en forma de burla.

¡Lo siento nena! ¡Te amo!
-Mami
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Le tengo fobia a las alturas desde que tengo memoria. Literalmente. ¿No me crees?  Tu sabes cuando alguien te pregunta, ¿Cual es la memoria mas primitiva que tienes? Una muchacha normal respondería: Jugar con los maquillajes de mi mama; Hacerme “nini” encima en el cuido; Las navidades cuando “Santa Claus” me trajo el jeep de Barbie, o algo similar. Mi memoria mas primitiva es tener pesadillas de que estoy sentada en el columpio brincador que mis padres instalaron de las escaleras de mi casa. Miro hacia arriba y se rompen los tirantes; miro hacia abajo y no hay piso, solo un hoyo negro al que me voy cayendo hasta levantarme con un brinco. Estoy segura que tenía poco más de 1 año cuando tuve esta pesadilla.

Con la edad se ha empeorado. Creo que es el hecho de estar consiente de los peligros que nos rodean. Sin embargo nunca me ha dado miedo a viajar en avión. Irónico, lo se. Pero como viajaba mucho desde niña y nunca sucedió nada peligroso, no asocié el viajar con mi miedo a las alturas. Además, tengo que aclarar, que mi miedo es bien especifico. Trataré de explicarlo. Para comenzar, sólo me dan miedo las alturas en situaciones donde me sienta expuesta a la elevación. En otras palabras, todo lo que no tenga soporte o parezca estar flotando en el aire me quita cualquier sentido de seguridad así pensando que en cualquier momento me puedo caer.

Pero no estamos hablando de un miedo como a lo mejor alguien le tiene miedo a las cucarachas, estoy hablando de una fobia: una maldición, una tortura con la que tendré que vivir por el resto de mis días, proporciones épicas y dignas de un ataque de vértigo mortal. Cada vez que me encuentro en una situación comprometedora me empieza con un estrés que va creciendo desde mi pecho como un veneno negro que se quiere apoderar de mis sentidos. ¿Ustedes vieron la película Spiderman 3? Algo así, ¡pero peor! Luego mi mente trata de batallarlo como un anticuerpo lucha contra un virus.

Dicen que la mente es poderosa, y puede que sea verdad. Pero si hay algo de lo que soy testigo, es que no importa cuan poderosa sea la mente, el cuerpo sigue siendo una entidad completamente distinta y rebelde que va a reaccionar como él quiera. Lo próximo que sucede es que mi cuerpo comienza a temblar y sudar frío. Utilizo la técnica básica de relajación: Respiro profundamente y trinco mis músculos para tratar de evitar el temblequeo, pero no funciona. Y ¡de repente! En un abrir y cerrar de ojos, ¡ya estoy en el piso eñangotada llorando con un ataque de pánico que no me deja ni respirar! Las rodillas se me debilitan y me da dificultad el caminar. Una inquietud me sube por la espalda, me da vértigo y vuelvo a caer en mis rodillas con la elegancia y sutileza de un elefante. Realmente es un sentimiento inexplicable e invencible.

Aun así, la realidad es que no puedo evitar situaciones donde tengo que enfrentarme a este miedo. Recuerdo ir de compras con mis amigas y no poder subir al tercer piso de Macy’s porque me daba miedo el “escalator”. La gente me miraba con cara de, “Mira a esta ridícula” pero yo sin vergüenza alguna, me tiraba al piso igual a gritar. (Bueno, quizás me da un poco de vergüenza ahora que lo recuerdo.) Ir de crucero es siempre una odisea.  Cuando me toca cruzar el puente del muelle al barco tengo que caminar con la cabeza enterrada en la espalda de mi papa para no mirar hacia abajo. Es un “truquito” que heredé de mi mama. Y si algún día tengo una hija y la pobrecita tiene la misma fobia,  será un legado que le dejaré a ella también. Tuve que ir tres veces al Empire State Building para poder llegar hasta arriba. Allí, era la única persona pegada a la pared como un chicle y con las uñas enterradas como un gatito asustado.

¡Pero eso no es todo!
Hace como 2 años atrás, fui a Nueva York a visitar a mi novio. Nunca había entrado al Toys R Us de Times Square. Por alguna razón todavía me encantan las tiendas de juguetes, me trasportan a la ingenuidad de disfrutarme las cosas sencillas de la vida (después y cuando no les tenga miedo). Entramos y lo primero que me topo es una estrella colorida (como las que hay en la feria mecánica). Le había prometido montarme en ella. Osea, estamos hablando de una estrella que está dentro de un edificio. ¿Cúan grande podía ser? Más grande de lo que yo me imaginaba. Lo suficientemente grande para inducir pánico. Tum, Tum. Tum, Tum. Tum, Tum. Mi corazón latía fuertemente. “Eh, te prometo que la próxima vez que vengamos me monto”, puse excusa “barata” como decimos en Puerto Rico, pensando que eventualmente se olvidaría de nuestro pacto. No lo hizo. Para mi suerte, el edificio donde el trabajaba se encontraba a un bloque de distancia. 


Al igual que con el Empire State Building, tuve que visitar el Toys R Us tres veces antes de lograr montarme. Hice la fila junto a niños de 2 y 4 años que esperaban su turno despreocupados. Mientras que la “mangansona” de 20 años practicaba su técnica de respiración rítmica  y su novio grababa el evento con orgullo. Me monté en el asiento de Toy’s Story donde mis amigos Woody y Buzz me dieron la bienvenida con una sonrisa amigable, pero sus ojos grandes y artificiales parecían decirme “¡Corre! ¡Todavía tienes oportunidad de vivir!” “¡SONRIE!”, me gritó una desconocida que me agarró desprevenida y me cegó con su “flash”. ¡Y arriba va! Comenzó a subir el sillón mientras se mecía de lado a lado. Se me trinca el cuello para evitar mirar hacia el lado y agarro sin piedad la barra protectora que me abrazaba el estomago.

“No esta tan mal” pensé. Hasta que paró mientras estábamos en lo mas alto. Me entró el pánico y creo que asusté a varios de los otros niños que estaban montados en el carrito cercano. Cuando terminó, antes de que llegaran a ayudarme quitar la barra, ya yo estaba casi parada y con un pie por fuera de la desesperación. En la salida te ofrecen comprar la foto que te toman cuando te montas. Caminé hacia la cabina con la intención de comprarla porque quería recuerdo de este momento histórico en mi vida donde por primera ves tomé la decisión de confrontarme a mi miedo. Pero para ser honesta, termine comprándola por la cara de idiota que tenia en la foto.

Esto ni se compara con lo que ocurrió cuando viajamos a Paris y me enfrenté a la Torre Eiffel por primera vez. Ahí, Carlos comprendió verdaderamente la gravedad de mi problema con las alturas.

Continuará…

PROLOGUE
by: Isayma Morales (my mom)
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I’ve heard on multiple occasions that people transfer their fears to their children, but I always wondered if it was learned behavior or hereditary.

Mariana was around 2 years old. We were in the second floor of the biggest mall in Puerto Rico (Plaza las Americas). I took Mariana out of her stroller and as I entered a shoe store, she held on to her father’s hand as I browsed around. In the center of the mall there has always been a big fountain that shoots a huge stream of water up in the air, about four stories high. The noise of the rushing water caught my attention. I thought it would be a good idea to show it to the baby. “Take her to see the fountain.” I told her dad. “Look Mariana, what a big stream of water!” he said, enthusiastically. I stayed in front of the store and watched as they walked over, hand in hand, so she could watch the water spectacle through the clear glass rail. Mariana kept walking towards the rail while she looked at the top of the noisy stream of water rising above her. She let go of her father’s hand and leaned on the handrail as the water shooting up to the ceiling kept getting smaller and smaller until it finally disappeared, and that’s when it happened.

Mariana moved away from the handrail shaking in panic, then got on all fours and crawled like a spider until she reached the wall on the other side. She stood up and stuck her back to the wall, petrified, fish-eyed, and panting. I hurried towards her and when I reached out to her, she rejected me. Her father thought that something must have scared her, but I knew better. I replied, “Oh, no! Poor girl… I know how she feels!” Her two-year old brain had just processed her first lesson in depth perception and the result of that was fear. I have the exact same problem with heights, but unfortunately she hadn’t learned that from me; She was born that way (Cue Lady Gaga).

I’m sorry baby! Love U!
-Mami
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Ever since I can remember, I have a fear of heights. Literally. You don’t believe me? Usually women remember playing with their mom’s makeup bag, the time they wet themselves in preschool, or the first Christmas that Santa Claus brought them a Barbie. Unfortunately, my earliest childhood memory was that of a nightmare I had where I was sitting in a swing my parents had installed under the stairs. When I looked up at the straps, they snapped off, and as I looked down to the floor, it suddenly vanished and in its place there was an endless void. Of course I started to fall violently until I awoke in horror. I was 1.

It has gotten worse with age. I think we probably become more conscious of the dangers around us as we get older. Ironically, I’ve never been afraid of flying. I’ve traveled a lot since I was little and nothing dangerous has ever happened (Thank God!), so I’ve never associated flying with my fear of heights. My fear boils down to one simple fact. If I’m directly exposed to elevation I will be afraid. In other words, anything that doesn’t provide much support or looks like it is floating in the air will always make me feel like the floor is going to collapse on me and I’m going to fall. Ladies and Gentlemen this is the kind of epic fear the scientists call a phobia: a curse… Torture. And I’m going to have to live with it for the rest of my days.

Here’s how it usually goes down every time I find myself in a compromised situation (in my mind at least). First, stress starts growing out of my chest like black venom trying to take control of my senses. Did you see Spiderman 3? Just like that, but worse! Then my mind tries to make sense of the “danger” and like an antibody, it tries to deal with the ‘virus’. Next, my body starts to tremble. I resort to the most basic relaxation method: breathing deeply and fighting my shaking muscles, but clearly that never works because this always ends with me on the floor crying having a panic attack! I try to stand but my knees think otherwise and I fall again. Timber! It always ends with an unexplainable feeling of defeat.

The other problem with this kind of fear is that it impossible to avoid on a day-to-day basis. I can remember going on a shopping spree with my friends and not being able to ride the escalator up to Macy’s on the third floor. I remember people staring at me, but without any hesitation (or sense of embarrassment) I would throw myself on the floor and start yelling. (Well, I feel a little embarrassed now that I think about it.) Going on a cruise is always interesting. When it was time to cross the bridge between the dock and the boat, I would always bury my head in my father’s back so I wouldn’t look down. It’s a little “tricky-trick” that I got from my mom. And if someday I get to have a daughter and she inherits my same fear of heights, I will pass on all that wonderful knowledge to her too. I had to go the Empire State Building on three separate occasions just so I could make it all the way to the top. When I finally did, I was the only person stuck to the wall like a piece of chewed up gum.

But wait there’s more!
About two years ago, I went to New York to visit my boyfriend. I had never gone to the world-famous Toys R Us at Times Square. For some reason I love toys stores, they’re like a time machine that transports me back to a time of innocence (back when I was still afraid of heights!). We went in and the first thing I saw was a big, colorful ferris wheel. I had promised Carlos I would ride it thinking it was smaller. I thought, “It’s a ferris wheel inside a building, how big can it be?” It turns out it was bigger than what I expected. My heart started beating hard and I made up an excuse in order to avoid riding the ‘monster’ hoping he would eventually forget our agreement. As luck would have it, Carlos worked in a building a block away from the store and he didn’t forget.

Just like what happened at the Empire State Building, it took me three visits before I actually got on. I waited in line next to kids 2 to 4 years old. But it was the 20-year-old that was freaking out about the Ferris wheel. I sat in the Toy’s Story sponsored cart where my good old friends Woody and Buzz where waiting for me to sit with them in the ‘cage of death’. “SMILE!” yelled a stranger who caught me off guard with her camera. And up we go! The ferris wheel started moving while the armchair rocked from side to side. My neck got stiff to prevent my head from moving too much to either side where impending doom awaited me, and my hands grasped the protective bar over my lap so tight you’d think I was trying to squeeze the last bit of toothpaste out of it.

“Its not so bad” I thought to myself. Until it stopped moving while we were at the highest point of the wheel. That’s when I panicked, and I probably scared a couple of the other kids that were on the nearby carts. When it was over, and before anybody could help me out, I was already sticking my foot out, searching for the ground as if touching it guaranteed my safety. At the exit they showed us the picture they took of us right before the torture began expecting us to buy it. Needless to say, we bought the picture, not because I wanted a memory of the first time I actually faced my fear and conquered it, but honestly, because of the ridiculous face I made when they snuck up on us to take the picture.

This experience, however, doesn’t even compare to what happened when we traveled to Paris and visited the Eiffel Tower for the first time. That’s when Carlos truly understood the seriousness of my problem with heights.

To be continued…

3 comments:

  1. Vicenta nunca me entere de esta fobia tuya.Dito! Sigue escribiendo asi objetivo&divertido! lov u!

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  2. Entiendo perfectamente a Mariana pues me pasa lo mismo, tal vez no tan fuerte, pero lo mismo. Cuando he estado en lugares altos no me puedo mover, me quedo "frizada" pegada a la pared tambien. El corazón se me acelera y se me hace difícil respirar.El Empire State, La Torre Eifel, El Campanario en Florencia, han sido un trauma para mi tambien. Trato de superarlo pero es difícil. Ni en sueños tirarme en paracaidas.

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